A casi dos meses del último post éste blog se siente más vacío que nunca; yo sé que si hay alguien ahí leyéndolo estará a) muy enojado a causa de mi inconsistencia, b) contentísimo por recibir un nuevo post, c) sorprendido de que este blog aún existe. Esperemos sea la segunda. Supongo que las causas de mi ausencia no son relevantes, claro que si la duda los corroe pueden dar click
aquí (claro que eso fue el año pasado, éste año los abandoné diez días más), por lo que iré al meollo del nuevo post.
En éstos días de comida, familia, vacaciones, comida, fiestas, amor, comida y descanso, me topé con una foto que me resultó maravillosa, es una suerte de autorretrato (en el arte de la fotografía considérome un absoluto ignorante) realizado por la fotógrafa mexicana
Jennifer Mendiola. La imagen me causó una combinación de sensaciones bastante curiosa, lo que me llevó a escribir una no-tan-afortunada cuarteta, que más tarde se convirtió en un poema un poco más extenso. Por ahora es suficiente runrún, pues como dije, no sé mucho (nada) de fotografía y lo poco que puedo decir es lo que la pieza me transmite, mismo que está contenido en el poema. Si la pieza tiene título o no es algo que desconozco, el único dato que tengo es el título de la colección o serie a la que pertenece: "Luz, Sombra y Drama". Espero que tanto la fotografía como el texto sean de su agrado.
Dama negraDe luz y sombra nace un drama muerto,
la nube ofusca al sol y tinta al mundo
con manchas de color que resplandecen
en una oscuridad que es un concierto.
La noche, la penumbra, sombra etérea,
recae sobre el arcoíris de una dama,
sus ojos, tornasol, mosaico, flama,
invitan al fatídico himeneo.
¡Qué suerte la de aquél que la contempla!
El templo del sublime y alto yerro
evoca la presencia del Oscuro,
que a todos nos empuja hacia el destierro.
Un haz de luz escapa a aquella umbría,
un círculo, una cuenca; luz, umbral
por donde asoma el drama de su noche.
El tacto de su piel, oscura, fría.
Qué muerte en su mirada, la inocencia
de un caimán que invita con sus fauces
a que todos los ríos con sus cauces
se llenen de cadáveres flechados.
Hay un profundo y lúgubre cortejo
en esos labios muertos e impetuosos,
los surcos rojinegros que los rompen
esconden de algún ósculo el reflejo.
La noche de su cuerpo flota al fondo
de un mar blanco, cielo, nube, sol;
sus notas, contrabajo en las cavernas
son un lamento seco, el cante jondo.
Escurre de su cima la serpiente
que un día propició nuestra caída,
su cuerpo se resbala hacia la noche
en un fuerte arrebato adolescente.
Qué ínfima, qué vil, reina del hado;
qué baja e infame guita de la gruta,
la dama, su culebra, reina abyecta
me ha dado con sus ojos la cicuta.