a Ernesto Sábato
30 de abril, la Catrinaseguida por Bioy Casares
visitó Santos Lugares,
en busca de otro escritor.
Juntos tocaron la puerta
en casa de Don Ernesto,
quien se encontraba indispuesto
en su estudio de pintor.
¿Quién anda ahí? ¿Quién me busca?-
grita el pintor desde dentro.
¡Che! ¡Vámonos para el centro!-
contesta Adolfo feliz.
¡Si es medio Bustos Domecq!-
dice contento el artista,
quien acude a la entrevista
con fuerza locomotriz.
¿Qué viene a hacer por acá?
me siento en un cuento suyo,
y vaya que es un orgullo
ser para usted personaje.-
Pronto Casares contesta:
esto no es cuento ni chiste,
y aunque parezca algo triste
la flaca va a guiar el viaje-
La Catrina quita el velo
que antes cubría su cara.
Como si nada pasara,
Ernesto ignora su suerte:
¿quién es la chica delgada?-
Bioy Casares le contesta:
ésta muchacha modesta,
es la Catrina, la Muerte.
Sábato brinca de un susto,
-¡Ya entendí a dónde nos vamos!-
dice ofendido en reclamos,
viendo indignado a Casares.
Dice pronto la Catrina
-mi visita no es funesta,
pues nos vamos a una fiesta
para tu hermosa Argentina.-
Ernesto con cara triste
pide quedarse en su casa,
pues no entiende lo que pasa;
no quiere cuentos extraños.
Quiero una celebración
-explica sin ironías-
en 55 días,
porque será mi cumpleaños.
La muerte ríe y le pide
que se despida sin más,
pues por fas o por nefas
tendrá que irse con donaires.
Solo sonríe y da la mano
a Bioy Casares, quien guía
a Ernesto con gallardía
al centro de Buenos Aires.
En la ciudad había fiesta
pues celebraban con gusto
que había ocurrido algo justo:
Buenos Aires era ahora
Capital Mundial del Libro.
Ernesto mordió su buz,
vio al final del Túnel luz
y entendió la moraleja
la verdad reveladora:
le había llegado su hora.